No es nada extraño que padres con hijos adolescentes acudan a consulta porque se sienten desbordados y desmotivados como consecuencia de la relación que tienen con sus hijo/a. Las quejas que comúnmente llegan a consulta son del tipo «no entiendo a mi hijo», «mi hij/a no me hace caso, solo hace caso a sus amigos/as” o “mi hijo/a está insoportable”…
La adolescencia es una etapa de cambios entre los que se incluyen los físicos, emocionales, sociales y cognitivos. Es una etapa en la que la persona inicia una búsqueda de su identidad y en la que puede cuestionarse aspectos como ¿quién soy?, ¿qué es lo que valoro?, ¿qué identidad sexual tengo?, etc.
Esta etapa de cambios puede provocar que los adolescentes prefieran pasar más tiempo con sus amigos que con sus padres, hecho este que los padres pueden vivirlo como un rechazo y puede causarles preocupación. La buena noticia es que, aunque esto suceda, los adolescentes suelen seguir manteniendo los valores y creencias que han aprendido en sus hogares y, si tienen problemas serios, buscarán ese lugar seguro y de confianza que encuentran en su familia.
Como terapeutas, en nuestro trabajo es importante que sepamos escuchar al adolescente y conocer cuáles son sus necesidades o preocupaciones. Para llegar a conseguir lo anterior, es clave que establezcamos una buena relación de confianza puesto que, en la medida en que el/la adolescente confíe en nosotros y exprese con claridad sus sentimientos y deseos, será más sencillo acompañarle/a en la resolución de sus dudas o problemas.
El trabajo con los padres también es fundamental en estos casos y la confianza mutua sigue siendo clave. Los padres percibirán que el terapeuta, cercano y cálido, está ahí para ayudarles y que, de ningún modo, va a juzgar su labor como educadores. La terapia servirá para que comprendan en qué momentos es conveniente que aparezcan como padres en la vida de sus hijos, y sobre todo cómo realizar esa labor tan importante como es la de educar a un hijo/a.